lunes, 13 de febrero de 2012

Hoy escribe Mario: La estrella de Gustavo




Según una frase popular, hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada. Pero qué hay de toda esa otra gente que está en un punto intermedio. Esa gente que por momentos nos genera envidia y al rato siguiente la vida le da una cachetada y agradecemos no estar en sus zapatos. Esta es la historia de Gustavo.

Desde chico Gustavo había aprendido la importancia de esforzarse y sacrificarse en pos de un objetivo, de una meta deseada. Su padre había sido el trabajador por naturaleza. No era un workaholic. El workaholic trabaja porque no sabe hacer otra cosa. El padre de Gustavo lo hacía por necesidad, pero también sabía aprovechar el fruto de ese trabajo.

Físicamente, Gustavo no era muy agraciado. Era alto, sí, muy alto. Y flaco. Muy flaco. Su aspecto por momentos recordaba las caricaturas de los nerds. Cara chupada, nariz prominente, anteojos de gruesos vidrios. Pero su carisma era insuperable. Él se sentía Paul Newman (por nombrar a alguien de aquella época) y transmitía esa imagen.

Cursó la primaria y luego el industrial. Y apenas terminada la secundaria, a rendir el ingreso a la Facultad. Por supuesto lo aprobó. Y en esa misma Facultad, en esa misma carrera, en esa misma materia, en ese mismo horario, se anotó Nélida.. Lo insólito era cómo no se habían conocido antes. Llevaban años viviendo en la misma manzana del barrio de Pompeya y jamás se habían cruzado. O si lo habían hecho, no habían reparado el uno en el otro.

Una compañera de Nélida le preguntó, señalándoselo,  si lo conocía. “No. Bah... sí, creo que vive a la vuelta de mi casa.” “Te vas a casar con él”, le dijo la compañera. Nélida la miró incrédula.

Carolina se hizo amiga de los dos, pero por separado. Y como los tres cursaban y trabajaban, les propuso reunirse los sábados para estudiar. Carolina vivía en las afueras de la ciudad y sus padres solían irse al campo los fines de semana. Por lo tanto, la casa quedaba sola y silenciosa. Ideal para estudiar esa materia tan complicada. Aunque para Gustavo era más sencilla por su formación.

Dije que los tres trabajaban. Al mismo tiempo que preparaba el ingreso a la Facultad, Gustavo se puso a buscar trabajo. No tardó en conseguirlo, en un laboratorio medicinal del centro geográfico de la ciudad. Empezó de abajo, pero de a poco fue escalando posiciones. Y cuando lo único que le quedaba chico era el sueldo, le propusieron ser jefe del sector envases. Gustavo no sabía nada de envases, pero aceptó y se puso a aprender. No tardó en ser un entendido en la materia. Siempre el esfuerzo, el sacrificio, el no decir no a las posibilidades de crecer por complejas que parecieran.

La cosa es que tanto viaje en tren los fines de semana, ida y vuelta a la casa de Carolina rindió sus frutos. Gustavo y Nélida se pusieron de novios.

Nélida tampoco era muy agraciada. Bajita, gordita, algo caderona. Pero su par de ojos azules y su sonrisa eran absolutamente seductores. Lo importante es que más allá de sus respectivos aspectos físicos, los dos se gustaban y era más que evidente que estaban hechos el uno para el otro. Y pensaron en casarse. Pensaron en un futuro. Querían estar recibidos para cuando llegara ese momento. O que faltara poco. Y también querían tener su vivienda propia. Nada de alquilar.

De a poco fueron juntando dinero hasta que pudieron inscribirse en la compra de un departamento a construir. Siempre en el barrio de Pompeya. Iba a ser un importante esfuerzo todos los meses y armarse de paciencia hasta que estuviera terminado. Ese era el espíritu de los dos.

Habían pagado una sola cuota cuando el país se vio sacudido por un cimbronazo político y económico. El famoso “rodrigazo”. Los precios (incluida la cuota del departamento) se dispararon. No así los sueldos. Tuvieron que privarse de muchas cosas. Prácticamente no salían. Nada de cine, de cenar afuera, ni siquiera un café. Era un sábado en la casa de uno, el siguiente en la del otro. Casa de los padres, obviamente. No era común en esa época que un joven de veintitantos años viviera solo.

Lograron entrar a trabajar como docentes en la misma Facultad donde estudiaban. Eran dos trabajos y el estudio, pero gracias a eso iban saliendo adelante. La vida, sin embargo, le deparaba otro golpe a Gustavo. El mismo día en que le salía la jubilación, una pertinaz leucemia se llevaba a su padre. No era solo la muerte de su progenitor. Era un modelo de vida que se veía derrumbado. Gustavo siguió adelante.

El departamento estuvo construido, y gracias a la ayuda de amigos y parientes pudieron cubrir los gastos de posesión. Por fin podían casarse. Y así lo hicieron. Durante el año siguiente, se recibieron. Para Gustavo significó, además, un ascenso. Y un retorno a temas más vinculados con su carrera.

Ese esfuerzo que tanto pregonaba Gustavo les permitió, cuando cumplieron tres años de casados, mudarse del diminuto dos ambientes de Pompeya a un amplio cuatro ambientes en Flores. Quizá era mucho para ellos dos, pero ya pensaban en hijos y no querían que el destino los tomara desprevenidos.

Paralelamente, Gustavo cambió de trabajo. Esta vez a una empresa cosmética en el Gran Buenos Aires. Más viaje, un tema del que no conocía tanto, pero mejor sueldo y más posibilidades de ascender. En teoría. En la realidad las cosas no marcharon bien económicamente en la empresa y a la hora de achicar gastos, los más nuevos, entre ellos Gustavo, quedaron en la calle.

Se podría decir que salió ganando. La misma persona que lo había llevado a la cosmética, le consiguió trabajo en un laboratorio medicinal, muy cerquita del que había sido su primer trabajo. Y con un cargo más importante.

Donde no tenían éxito era en el rubro paternidad. Consultaron médicos, hicieron tratamientos, todo infructuoso. Cuando se cansaron de ver la cama convertida en un laboratorio, se decidieron a adoptar. Así llegó Selena a sus vidas. Una morocha muy perspicaz que les cambió la vida.

Gustavo siguió progresando. Un par de años más tarde pasó a trabajar a un laboratorio que antiguamente había sido la filial de una importante multinacional, pero ahora era nacional. En el puesto más alto que su título le permitía alcanzar. Y con un sueldo acorde.

Se mudaron a un semipiso en Recoleta. Se compraron auto importado. Y adoptaron a Horacio. Tanto o más morocho que su hermana, pero más reo. Empezaron los viajes. Por trabajo y por placer. Era la época del uno a uno y ellos la aprovecharon. La vida les sonreía.

El laboratorio donde trabajaba Gustavo tenía dos dueños. Y si bien eran socios, se llevaban a las patadas. Cada crisis entre los dos repercutía en el funcionamiento de la empresa. Gustavo había entrado por la influencia de uno de ellos. Y, por consiguiente, era objeto del odio por parte del otro. Lo que Gustavo jamás imaginó era que una pelea entre los dos socios podía dejarlo en la calle. Pero así ocurrió. De un día para el otro. Sin previo aviso.

No era la primera vez que Gustavo se quedaba sin trabajo. No. Pero las circunstancias eran muy distintas. La otra vez estaban los dos solos, y el sueldo que ganaba en la cosmética era bueno, pero no una enormidad. Ahora eran cuatro. Difícilmente pudiera conseguir un trabajo con un sueldo igual. Había que pagar las cuotas del crédito del semipiso y del auto importado. El país se aproximaba a la crisis del 2001 y se tornaba más complicada la búsqueda de trabajo. Sobre todo cuando lo que se buscaba era bastante más que un puesto de cadete.

La angustia que le generó la situación repercutió en su físico. Tenía frecuentes ataques de acidez, irónicamente calmados por un antiácido fabricado por el laboratorio que lo había despedido.

Dos meses estuvo Gustavo sin trabajar. Finalmente pudo entrar a un laboratorio de alimentos dietéticos. El cargo era el mismo, pero esto no era una ex multinacional. El sueldo era significativamente menor. Y tenía que viajar todos los días hasta una inhóspita y peligrosa zona del Gran Buenos Aires.

A pesar de que la situación algo había mejorado, los problema digestivos empeoraron. Los ataques de acidez dieron paso a fuertes dolores de estómago después de cada comida. Le diagnosticaron cáncer de estómago. Según el médico que lo atendió, era un caso de libro. Una fuerte crisis emocional había generado primero la acidez y luego la aparición de los tumores.

Fue operado. Le sacaron todo el estómago. Además de un importante número de ganglios. Y luego se sometió a rayos y quimioterapia. Los primeros dos años fueron alentadores. Los marcadores iban bajando mes a mes. Pero luego vino el rebote. Se probaron entonces remedios que estaban en fase experimental y medicinas alternativas. Todo sin éxito. El cáncer se fue extendiendo a otros órganos.

Gustavo falleció el 17 de mayo de 2004. Dejó una esposa y dos hijos. Y un ejemplo de tesón y lucha en la vida.


6 comentarios:

  1. Gracias por compartir la historia Mario. Cuando quieras, el espacio está abierto.
    Pobre Gustavo la verdad, le pasó de todo...
    Besos

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  2. Y era, sobre todo, un muy buen tipo.

    Gracias a vos por prestarme el espacio.

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  3. Mario, terrible historia, terrible enfermedad que da siempre espejismos de mejora, yo perdí a alguien que quería mucho por ella pobre Gustavo...
    PD: Escribís muy bien Mario, un beso a los dos

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  4. Pobre Gustavo.
    Si conocere gente estrellada :/ mas de la que quisiera
    besos a los 3 :)

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  5. mario,me gusto la historia,y muy especialmente tu forma de escribirla.
    cuando digo que me gusto,no estoy dicendo que diosfrute la desgracia ajena,muy x el contrario.
    lo unico es que no me animo a buscarle la moraleja,porq si se la busco,implica replantear muchas cosas que en estos momentos son bastante complicadas.

    anita,te comento tus post anteriores aca,porq me resulta mas facil.
    tema P,cuanto mas light te lo tomes,mucho mas facil vas a ver sus acercamientos.
    tema hermano,no es celoso,no es para molestar,es simplemente porq te kiere y se preoc,y si,te zarpaste en no mandarle un txt avisando que posiblemente no ibas a llegar a dormir,yo calculo que para tipo 3am,eso ya lo sabias y no costaba nada escribir dos palabras.
    tema estudio:deje de ver moscas volar y abra esos libros!!!!

    YAZ! con pachorra para loguearse

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    1. Gracias Yaz por los elogios. A veces las historias no tienen final feliz, pero igual nos gustan.

      Fueron varios los motivos que me impulsaron a escribirla. Primero, recordar al amigo. Segundo, homenajear a su viuda que pensó que se le venía el mundo encima y hoy la va piloteando bastante bien. Y tercero, ver si se promovía el debate. ¿Seguimos el ejemplo de Gustavo? ¿O es mejor disfrutar la vida mientras la tenemos? Acá puede ser fácil llegar a una conclusión conociendo el final de la historia. Pero generalicemos y olvidémonos de la estrella de Gustavo.

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